INVERTIR EN LA GENTE MÁS QUE EN CARRETERAS

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Foto: feyvida.com

El ex-presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, en una ocasión comentó que un error de los gobiernos era buscar el crecimiento económico invirtiendo en capital físico: carreteras, puentes, aeropuertos y otras infraestructuras,  e invirtiendo poco en capital humano. Explicaba que esta manera de actuar perjudicaba las inversiones a largo plazo, y debilitaba la competitividad en un mundo, en el cada vez se necesitan más talentos para sostener el crecimiento, la prosperidad y la calidad de vida de los pueblos.

Cada vez se escuchan más voces que demandan otros criterios de accionar, y remarcan la necesidad e importancia de invertir en el potencial de las personas, como un proceso que a la larga es más rentable y productivo que invertir sólo en infraestructuras. Esta otra inversión ofrecería a los individuos la oportunidad de una dignificación desde el crecimiento y la superación personal. 

Hay una metáfora que clarifica esta idea de transformación a partir del capital humano. Es la imagen de dos manojos de cañas que se apoyan, el uno contra el otro, para aguantarse derechas y sostenidas. La presencia y posición de un manojo, sostiene al otro; y si retiramos uno, el otro se cae.

También podríamos aplicar esta alegoría hinduista a nuestra existencia personal: yo no me he dado el ser a mí mismo, existo gracias a otros.  Y lo habitual es que estos ‘otros’ (progenitores-padres o tutores) me cuiden, protejan y apoyen mi crecimiento.

Esta necesidad vital de acompañarnos y sostenernos mutuamente; de crecer con, en definitiva de cuidar, también se da en otros ámbitos. Un ejemplo: reconocer que nuestros vínculos no son únicamente de sangre, pues por el hecho de existir compartimos la misma eventualidad gratuita con todo lo que existe y, especialmente con los de mi especie. Entonces se comprende que, por el hecho de existir, todos los seres humanos sintamos como una especie de hermandad; una fraternidad de raíz que nos iguala, nos dignifica y nos identifica. Desde esta perspectiva, si una persona se desmorona o se cae, de alguna manera, algo de los demás se hunde; y de igual modo, si una progresa, sentimos que los demás también lo hacen.  

Aún sin darnos cuenta, estamos conectados y emparentados, en nuestra raíz más honda y primigenia que es el existir, por eso es necesario ir despertando,  tomar consciencia  de este tesoro que nos hermana y une a todos. Y es desde este genuino fundamento existencial que sentimos la necesidad de sostenernos los unos a los otros, forjar lazos de apoyo y ayuda, como esos manojos de cañas que se mantienen derechas y sostenidas.

Unos a otros nos aportamos y sostenemos. Ser conscientes de ello, nos lleva a ser agradecidos, a celebrar los éxitos y las mejoras, tanto las personales, como las colectivas o del resto de la humanidad.

Desde la evidencia que es más lo que nos une que lo que nos separa, surge fácilmente la simpatía e incluso, de ahí, la empatía, la solidaridad, la apertura a nuevas relaciones con personas o grupos diferentes.

Vale la pena invertir en capital humano, es decir, darnos la mano, crecer, aprender, trabajar, sostener, prosperar y alcanzar una mejor calidad de vida para todos.

Anna M. Ollé Borque

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